1. CUÁN GRANDE DEBERÍA SER NUESTRA HUMILLACIÓN ANTE
DIOS, POR HABER DESCUIDADO LA ENSEÑANZA PERSONAL DE AQUELLOS QUE FUERON
ENCOMENDADOS A NUESTRO CUIDADO.
Solamente
Dios conoce cuántos podrían haber sido ayudados. ¿Porqué no comenzamos pronto?
Hay muchos obstáculos: Satanás, corazones endurecidos por el pecado, etc.. Sin
embargo, el obstáculo más grande está en nosotros mismos: Nuestra incredulidad,
infidelidad, flojera y aversión a la obra. Nuestra culpa es tan grande porque
la obra que hemos descuidado es sumamente vital.
No
tenemos excusa. Solamente podemos rogar a Dios por misericordia. Quizás El
limpiará nuestra culpa con la sangre de Cristo y se volverá de su ira hacia
nosotros. En nuestro país tenemos días de humillación nacional a causa de los
juicios de Dios, por los pecados de nuestra nación. (Nota: El autor se está
refiriendo a Inglaterra en el siglo XVII). Ojalá que cada pastor en este país
apartara un día de humillación a causa de los pecados del ministerio. Debemos
dejar a un lado el orgullo, la contención, la ambición egoísta y la ociosidad,
o de otra manera Dios nos dejará a nosotros.
2. HERMANOS, A PARTIR DE AHORA VAMOS A NEGARNOS A NOSOTROS MISMOS Y A
PONERNOS A TRABAJAR.
La
mies es mucha y los obreros son pocos. Las almas son preciosas y el peligro de
los pecadores es grande. No es un honor pequeño el ser colaborador con Cristo.
Ya hemos desperdiciado mucho tiempo. Multitudes están yendo a toda velocidad
con rumbo al infierno. ¿No son suficientes estos pensamientos para despertarle
al cumplimiento de su deber? No podemos despertar a otros si nosotros estamos
medio dormidos también.
¿Qué
es lo que se necesita para convencerlo de sus responsabilidades? ¿Acaso no ha
de ser suficiente un solo texto de la Escritura? ¿Acaso no será suficiente para
persuadirlo, una visión de la condición miserable de sus vecinos impíos?
Ojalá
que estuviésemos más convencidos de la verdad para que de este modo pudiésemos
convencer a otros. ¡Cuán grande sería el mejoramiento de nuestras vidas y de
nuestro ministerio! Frecuentemente me pregunto a mí mismo, porqué mi
predicación es tan fría y superficial, cuando las personas son descuidadas
acerca de sus pecados y el juicio venidero.
Es
rara la vez que bajo del púlpito sin sentirme culpable , porque no he sido lo
suficientemente ferviente y serio. Mi consciencia pregunta: ‘¿Cómo pudiste
hablar tan fríamente acerca del cielo y el infierno? ¿Realmente crees lo que
estás diciendo? ¿Cómo pudiste describir la miseria del pecado y no ser conmovido?
¿Acaso no deberías llorar sobre este pueblo? ¿No deberías levantar tu voz y
rogar con ellos en este asunto de vida o muerte?
¡Qué
el Señor nos libre de la infidelidad y de la dureza de nuestro corazón para que
seamos instrumentos aptos para salvar a otros! Si usted se hubiera enfrentado
con la muerte tan frecuentemente como yo, entonces su conciencia sería más
sensible. Frecuentemente mi conciencia me pregunta: ‘¿Acaso es ésta toda la
preocupación que tienes por los perdidos? ¿Porqué no haces más para lograr su
salvación? ¿Cuántos estarán en el infierno antes de que usted haya hablado con
ellos?’
Es
rara la vez que escucho la campana de un funeral sin preguntarme a mí mismo ‘¿Qué
hiciste para preparar esa alma para el juicio?’ Podemos tratar a la ligera
tales preguntas ahora. Sin embargo, el día se acerca cuando no será nuestra
conciencia sino Cristo quien hará estas preguntas.
No
tengo la intención de inquietarle innecesariamente. Sin embargo, pudiera
ayudarnos considerar el día del juicio, y especialmente pensar en aquellos que
se levantarán, para acusar a los ministros infieles.
A).
Nuestros padres nos condenarán diciendo: «Señor, nosotros los dedicamos a tu
servicio, pero ellos lo menospreciaron para servirse a sí mismos.»
B).
Nuestros maestros nos acusarán, porque el propósito entero de nuestros estudios
era equiparnos para servir a Cristo.
C).
Nuestras habilidades y conocimientos nos condenarán, porque fallamos en usarlos
fielmente en nuestro ministerio.
D).
Nuestras ambiciones ministeriales nos condenarán, porque éramos infieles a
nuestras responsabilidades.
E).
El amor de Dios por su pueblo nos acusará, porque descuidamos las almas por
quienes Cristo murió.
F).
Los mandamientos de la Escritura nos condenarán, porque fallamos en no tomarlos
seriamente.
G).
Los profetas y los apóstoles nos acusarán, porque fallamos al no seguir su
ejemplo de fidelidad en el ministerio.
H).
La Biblia y nuestros libros nos condenarán, porque no los usamos como
debiéramos.
I).
Nuestros sermones nos condenarán, porque no pusimos en práctica lo que
predicamos a otros.
J).
Nuestro sueldo nos acusará. Recibimos el apoyo financiero con el fin de
entregarnos completamente a la obra y no para ser ociosos y auto-indulgentes.
K).
Nuestra crítica de los ministros negligentes se volverá en contra de nosotros,
si también somos infieles.
L).
Los juicios divinos contra los ministros infieles nos condenarán. Algunos han
perdido las bendiciones divinas y su reputación, otros han sido despedidos del
ministerio. Si no tomamos en serio estas advertencias, entonces nuestra
condenación será mayor.
M).
Finalmente, todas las oraciones fervientes del pueblo de Dios por una reforma y
el avivamiento, se levantarán para acusarnos.
Pocas
naciones han tenido tantas oraciones públicas y privadas ofrecidas a su favor.
¿No es pura hipocresía si oramos mucho y descuidamos nuestras responsabilidades
en el evangelismo y en ejercer la disciplina de la iglesia? Algunos creyentes
dicen que anhelan un avivamiento, pero cuando se trata de reordenar sus propias
vidas de acuerdo a la palabra de Dios, sus anhelos parecen desvanecerse.
Frecuentemente he escuchado a pastores que oran y predican fervientemente
acerca de la disciplina de la iglesia, pero en la práctica rehusan hacerla.
A
menudo la experiencia manifiesta nuestra lamentable debilidad. Hemos evadido
muchos aspectos de la obra que exigen decisiones dolorosas y la autonegación.
Sin embargo, Cristo es maravillosamente paciente para con nosotros. Ojalá que
nuestros corazones fueran quebrantados y estuviésemos decididos a no descuidar
más nuestros deberes. Hagamos la determinación de amar y obedecer a Cristo,
cualesquiera que sean las labores y los sufrimientos que esto pudiera
significar, aún si significara la muerte.
He
explicado lo que sucederá si rehusamos servir a Cristo fielmente. Estamos bajo
una gran obligación de ser diligentes y la negligencia nos acarreará la
condenación. Yo no hubiera hablado tan fuertemente si nuestro llamado no fuera
tan vital para nosotros mismos, para nuestro pueblo y para la gloria de Dios.
No podemos moderar muestras palabras cuando estamos tratando con asuntos
relacionados con la vida y la muerte eternas. Hay muchas cosas en la iglesia
que nos gustaría cambiar, pero la evangelización de los pecadores y la
edificación de los santos es la esencia misma de nuestra obra.
Ahora
hermanos, la obra les ha sido encomendada. Ustedes deben predicar y enseñar en
público y en privado. Usted debería percibir fácilmente, cuán grande es esta
obra. Si usted estima que su tiempo libre es más importante que las almas
preciosas, entonces usted puede limitarse a la predicación y a la enseñanza
pública. Pero si no es así, entonces “manos a la obra”.