INTRODUCCIÓN
No
podemos buscar las bendiciones de Dios a menos que nos humillemos a nosotros
mismos ante El, a causa de nuestras fallas pasadas. No seremos motivados a
cambiar a menos que seamos pobres en espíritu. Si nosotros no somos humillados
¿Cómo podemos esperar que nuestro pueblo lo sea? ¿Podemos ablandar sus
corazones mientras los nuestros permanecen endurecidos?
Algunos
piensan que su único deber es predicar, mientras que el deber de su pueblo es el
de arrepentirse. Pero en las Escrituras, líderes como Daniel y Esdras
confesaron con tristeza sus propio pecados de igual manera como los del pueblo.
¿Podemos leer el mensaje del apóstol Pablo a los efesios sin sentirnos profundamente
humillados?
Estoy
seguro de que todos ustedes creen que la tristeza por el pecado y la confesión
son necesarias para mantener la comunión con Dios. Sin embargo, saber esto no
es suficiente. Nuestras afectos y voluntades también deben desempeñar su parte.
Debemos confesar nuestros pecados ante Dios quien es “fiel y justo para perdonarnos
y limpiarnos”. Yo me incluyo a mí mismo en esto, puesto que estoy consciente de
tantos pecados, que no puedo pretender ser inocente delante de Dios.
El
espacio solo nos permite mencionar los peores pecados de los ministros. A pesar
de nuestras fallas, hay muchos pastores fieles y dotados en este país por los
cuales estoy agradecido a Dios. (El autor se refiere a Inglaterra en el siglo
XVII). Pido al Señor que siga llamando hombres para la obra del ministerio.
Este es el mejor camino para promover la obra del evangelio y para disipar el
error y la confusión que prevalecen en la iglesia hoy en día.
1. UNO DE NUESTROS PEORES PECADOS ES EL ORGULLO.
El
orgullo aflige aún a los mejores de nosotros. Afecta nuestra manera de hablar,
nuestras compañías y aún nuestra apariencia (la manera como nos vestimos). El
orgullo llena la mente con ambición y resentimientos hacia cualquiera que nos
estorbe.
El
orgullo siempre está insinuándose a todos nuestros pensamientos y deseos. Nos
persigue aún en nuestros estudios. Dios quiere que nuestros mensajes sean
claros y sencillos para que todos los puedan entender, pero el orgullo nos
motiva a ser astutos y divertidos. El orgullo quita el filo de nuestros
sermones, porque excluye cualquier cosa que parece sencilla o poco sofisticada.
El orgullo nos hace tratar de impresionar a la gente en lugar de edificarla.
Dios
quiere que prediquemos fervientemente, rogando a los pecadores para que se
arrepientan; pero el orgullo nos dice que no debemos ser tan fervientes, para
que la gente no vaya a pensar que estamos locos. En esta manera el orgullo gana
el control sobre nuestro ministerio. La verdad puede ser predicada pero en una
forma que sirve a los intereses de Satanás más que a los de Dios.
Después
de que el orgullo ha influido en nuestra preparación, entonces nos perseguirá
hasta el púlpito. El orgullo afecta nuestra manera de predicar e impide que
digamos cosas ofensivas, aún y cuando sean necesarias. El orgullo nos hace
agradar a nuestra audiencia, buscando nuestra propia gloria en lugar de la
gloria de Dios. El orgullo tiene la meta de impresionar a la gente con nuestra
elocuencia, nuestro conocimiento, sentido del humor, piedad, etc.
Después
del sermón el orgullo nos persigue cuando salimos del púlpito, para saber lo
que los oyentes piensan de la predicación. Si les agradó, entonces nos
regocijamos, pero si no les impresionó, entonces nos desanimamos. Casi no nos
preocupamos si tuvo un efecto salvador en algunos oyentes o no.
Algunos
ministros están tan ansiosos por ser populares que envidian a sus hermanos más
famosos. Parecen pensar que los dones que Dios les ha dado son para atraer la
admiración de la gente. Si otros tienen mayores dones que ellos, entonces dicen
que se les está “sobrestimando”. ¿Acaso nos hemos olvidado que Cristo nos da
dones para beneficiar a toda la iglesia? Si los dones de nuestros hermanos
glorifican a Dios y benefician a su pueblo, ¿No deberíamos dar las gracias a
Dios?
No
obstante, cuán frecuentemente encontramos a los ministros manchando
secretamente la reputación de los hermanos más dotados. Cuando no pueden
encontrar muchos motivos para criticarlos, entonces se rebajan al nivel de levantar
malas sospechas, rumores maliciosos e insinuaciones. Otros, quienes temen
perder su popularidad, no permiten que los mejores predicadores ocupen sus
púlpitos. Esta actitud es tan común que es raro encontrar a dos predicadores igualmente
dotados, trabajando en armonía en la misma iglesia. Su amistad es frecuentemente
enfriada por la envidia y la rivalidad. Algunos ministros son tan celosos para
mantener su posición que tratan de hacer todo ellos mismos, en lugar de ocupar
a un asistente. Esto resulta en que el ministerio sea desacreditado y en el
descuido pastoral del pueblo de Dios.
Algunos
ministros piensan que siempre tienen la razón, aún en los detalles más
pequeños, y critican a cualquiera que se atreve a estar en desacuerdo con
ellos. Ellos rechazan la doctrina de la infalibilidad papal, pero parece como
si ellos aspirasen a ser pequeños papas. Esperan que todos estén de acuerdo con
ellos como si fueran infalibles.
Ellos
ponen como pretexto, que es su celo por la verdad. Pero, si esto es así,
entonces ¿Porqué se enojan tanto cuando se demuestra que están equivocados en
algo, y lo toman como si fuera un insulto personal? Algunos errores se apegan tanto
a algunos predicadores famosos, que parece imposible refutar el error sin que
lo tomen como algo personal.
Parece
que ellos piensan que si alguien demuestra que están equivocados en un punto,
entonces perderán toda su reputación. Por lo tanto, ellos defienden tenazmente
todo lo que hayan dicho.
Tenemos
la tendencia de amar a aquellos que son de nuestra opinión y que ayudan a
nuestra causa. Deberíamos evitar la crítica innecesaria y el lastimar la
reputación de otros, hasta el punto en que sea posible. Sin embargo, todos
nosotros guardamos resentimientos contra aquellos que ponen de manifiesto
nuestras fallas y especialmente si lo hacen públicamente. El orgullo nos hace
pensar que todos aquellos que no están de acuerdo con nosotros, están prejuiciados
y son buscapleitos. Algunos son tan pomposos que solamente son capaces de
escuchar halagos y cumplidos.
Estoy
horrorizado de que muchos de estos pecados sean trivializados de tal modo que
la gente no los vea como malos, cuando los ven aparecer en aquellos que
supuestamente son piadosos (es decir en los ministros). Cuando regañamos a los
incrédulos por sus pecados de la carne, esperamos que sean agradecidos. Pero si
ponemos de manifiesto los pecados de los ministros, ellos reaccionan como si
hubieran sido escandalosamente insultados. Estoy avergonzado de admitir que el
orgullo ha llegado a ser tan obvio en nuestros sermones y escritos que todo el
mundo lo puede ver. Nos hemos deshonrado a nosotros mismos, haciendo de nuestro
honor un ídolo.
La
piedad verdadera no puede existir, a menos que aborrezcamos nuestro orgullo, lo
lamentemos y peleemos contra el. Sin embargo, si los síntomas del orgullo son
una evidencia segura de la impiedad, entonces, los pastores piadosos han de ser
muy escasos.
Por
la gracia de Dios, hay algunos pastores que son mansos y humildes y son
ejemplos para el resto de los ministros.
Ellos
son gratos a Dios y a todos, aún a los inconversos. ¡Ojalá que todos fuéramos
como ellos! Ojalá que Dios nos enseñara cuán malvado es el orgullo, para que
estuviéramos verdaderamente arrepentidos y deseosos de cambiar. El orgullo es
la característica principal de Satanás. Aquellos que más se le oponen, deberían
parecérsele menos. En un creyente la humildad no es una opción sino una
cualidad esencial de la naturaleza nueva. Un creyente orgulloso es una
contradicción de términos. Cristo nos enseña a ser humildes y mansos.
Cuando
le vemos lavando los pies de sus discípulos ¿No deberíamos sentirnos
avergonzados de nuestro orgullo? ¿Seremos demasiado orgullosos para asociarnos
con la gente pobre y necesitada, siendo ellos quienes más nos necesitan? ¿Qué cosa
tenemos para sentirnos orgullosos? ¿Nuestros cuerpos? Ellos pronto se pudrirán
en el sepulcro.
¿Estamos
orgullosos de nuestra humildad? Esto sería absurdo. ¿Estamos orgullosos de
nuestro conocimiento? Entre más que conocemos, más deberíamos reconocer cuán
ignorantes somos. Si es nuestro trabajo enseñar la humildad a otros ¿Acaso no
deberíamos también practicarla? La gente se da cuenta cuando los ministros son
ambiciosos y aman tener la preeminencia y la autoridad sobre otros. En las
discusiones, los ministros ambiciosos no quieren escuchar a otros, sino solo
quieren imponer su voluntad. Las personas arrogantes son los primeros en notar
el orgullo en otros y los últimos en ver el orgullo en sí mismos.
Seamos
honestos con nosotros mismos. ¿Realmente podremos encomendar la humildad a
otros, si nosotros tenemos muy poco de ella? ¿Acaso podremos condenar el
orgullo mientras que nosotros lo solapamos? Decimos a los ladrones y los
adúlteros que no pueden ser salvos a menos que se arrepientan de sus pecados,
pero ¿Acaso podremos ser salvos nosotros si no somos humildes en sentido
espiritual? De hecho, el orgullo es peor que robar o adulterar.
Podemos
dar la apariencia de ser santos y de predicar fielmente, pero pudiéramos estar
tan perdidos como aquellos cuyos pecados sean más obvios. La santidad significa
vivir para Dios y el pecado significa vivir para sí mismo. Nadie vive menos
para Dios y más para sí mismo, salvo un hombre orgulloso. Usted pudiera ser un
gran predicador, pero pudiera estar predicando para alimentar su propio ego más
que para glorificar a Dios. Recuerde las muchas formas en que somos tentados a
ser orgullosos en nuestro ministerio.
El
mero hecho de tener una reputación para la piedad, no es un sustituto para la
piedad verdadera. Cuán maravilloso es cuando mucha gente acude a escucharnos,
se aferran a nuestras palabras y se convierten en nuestros seguidores. Cuán
deleitoso es disfrutar la popularidad y la fama de ser un gran predicador. Pero
entonces, la tentación de pensar de nosotros mismos como un gran líder de la
iglesia se vuelve casi irresistible.
Por
lo tanto, tenga cuidado de sí mismo y en todos sus estudios, no se olvide de
estudiar la humildad. Yo confieso mi propia necesidad de velar continuamente.
Recuerde “Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes”.
Casi
todo el mundo prefiere a una persona humilde en lugar de una persona soberbia.
Este es el porqué los hombres orgullosos pretenden frecuentemente ser humildes.
Debemos tener mucho cuidado con el orgullo, porque ningún otro pecado está tan
arraigado en nuestra naturaleza y es tan difícil de vencer.
2. OTRA GRAN FALLA ES QUE NO DAMOS A LA OBRA DEL SEÑOR TODA LA ENERGÍA
Y LA DEVOCIÓN QUE SE MERECE.
Doy
gracias a Dios por los pastores celosos, pero tristemente son muy raros. Ahora
daré algunos ejemplos para demostrar porqué necesitamos confesar este pecado:
A.
Porque somos negligentes en nuestros estudios. Pocos se toman el tiempo para
estar lo suficientemente informados para la obra del ministerio. Algunos
piensan que el estudio es una tarea fastidiosa. Deberíamos estar más ansiosos
por la verdad, especialmente acerca de Dios y su Palabra. Conociendo nuestra
ignorancia y la grandeza de nuestras responsabilidades, esto debería
impulsarnos a buscar más conocimientos. Nuestro trabajo exige que estemos bien
informados respecto a muchos asuntos. Estudiar para preparar sermones no es
suficiente.
Debemos
estudiar, no simplemente para juntar información, sino también debemos estudiar
cómo predicar en una forma que llegue a los corazones y despierte las
conciencias. Si vamos a razonar eficazmente no debemos depender de las ideas
espontáneas. Debemos estar bien preparados de antemano. Los hombres no llegan a
ser sabios sin un estudio riguroso y la experiencia.
B.
Si estuviéramos dedicados verdaderamente a nuestra obra, le dedicaríamos más
esfuerzo y entusiasmo. Muy pocos predican acerca del cielo o el infierno como
si ellos realmente creyesen en su existencia. Frecuentemente los sermones son
tan ordinarios y aburridos que los pecadores no los toman en cuenta. Algunos
predican con gran vehemencia, pero a menudo lo que ellos dicen es irrelevante.
La gente lo desecha como pura palabrería. Por otra parte, es una tragedia
cuando la buena enseñanza es desperdiciada por la falta de aplicación práctica
o de una persuasión ferviente.
Recuerde,
que la gente estará para toda la eternidad en un estado de felicidad o miseria.
Esto le ayudará a hablarles con seriedad y compasión. Nunca hable con ligereza
acerca del cielo o del infierno. Usted nunca traerá a los pecadores al
arrepentimiento bromeando o contando historias. Ninguna de estas cosas es apta
para ser tratada en forma frívola o aburrida. ¿Cómo puede usted hablar de Dios
y de su gran salvación en una forma fría e inanimada?
Recuerde
que los no creyentes deben ser despertados o condenados, y es improbable que un
predicador medio dormilón sea el medio para despertarlos. No estoy sugiriendo
que usted predique constantemente a todo volumen, pero usted siempre debería
hablar con seriedad. Cuando el tema lo amerite, predique con toda la pasión e
intensidad de que usted sea capaz. Es el Espíritu Santo quien trae los
pecadores a Cristo. No obstante, El generalmente usa medios y estos medios
incluyen no solo lo que decimos, sino también cómo lo decimos. Para muchos, aún
nuestra pronunciación y el tono de nuestra voz son importantes. Tristemente, la
predicación ferviente, poderosa y convincente, es algo muy raro.
Debemos
evitar el teatro, la actuación y el fingimiento en la predicación. Deberíamos
hablar como si nos estuviéramos dirigiendo directamente a cada persona
individual. Tristemente la mayoría de los sermones carecen de este elemento
personal. La predicación implica un contacto directo entre nuestras almas.
Nuestras mentes, emociones y voluntades deberían estar involucradas en la
predicación de la verdad y el amor de Cristo. Hable como si las vidas de sus
oyentes dependieran de lo que usted dice. Satanás no se someterá fácilmente.
Tenemos
que sitiar sus fortalezas y romper cada barrera levantada contra el evangelio.
Debemos razonar tan claramente de las Escrituras, que los pecadores tendrán que
aceptar la verdad o rechazarla deliberadamente. Las verdades más grandes no
afectarán a la gente, a menos que sean entregadas conmovedoramente. Un sermón
bien compuesto, pero carente de luz y vitalidad, es como un cadáver bien
vestido.
C.
Si estuviéramos realmente dedicados al evangelio, nos preocuparíamos más por
las iglesias sin pastor. ¿Porqué no les ayudamos a encontrar a algún pastor adecuado?
Mientras tanto, ¿No podríamos darnos un tiempo para predicar en sus iglesias?
Los sermones evangelísticos en tales lugares podrían hacer mucho bien.
3. OTRA EVIDENCIA DE NUESTRA FALTA DE COMPROMISO CON CRISTO, ES LA
MUNDANALIDAD ENTRE NOSOTROS.
Daré
solamente tres ejemplos de esto:
A.
La facilidad con que muchos ministros
cambian para conformarse a sus intereses mundanos. Por ejemplo, entre
los reinados de Eduardo VI, María y Elizabeth I en Inglaterra (1547-1603),
miles de ministros cambiaban su denominación de protestante a católico, y
después otra vez a protestante (cambiaban su religión con cada cambio de gobierno,
tal como en la actualidad muchos cambian de partido político según la
conveniencia). Muy pocos estaban preparados para huir del país o sufrir el
martirio para defender la verdad. Puesto que los pastores varían mucho en su personalidad,
preparación, inteligencia, etc., también esperaríamos que tuvieran ciertas
diferencias en sus creencias.
Pero,
en la época de estos tres gobernantes de Inglaterra, muchos pastores
simplemente “siguieron a la multitud”. Tristemente tenemos que admitir que esta
misma mentalidad predomina hoy en día, y muchos de nuestros críticos nos acusan
de ser dirigidos por intereses mundanos, en lugar de principios bíblicos.
B.
Nuestro excesivo involucramiento en
los asuntos de esta vida. Algunos parecen tener muy poco deseo de ser
librados de sus quehaceres mundanos, con el fin de tener más tiempo para la
obra del ministerio. Parece que son renuentes a cumplir con los deberes que
resultarían en pérdidas económicas. Por ejemplo, algunos no están dispuestos a
ejercer la disciplina en la iglesia, porque pudiera resultar en una disminución
de las ofrendas. Entonces ¿Cómo pudieran advertir a otros acerca del peligro de
la codicia? Simón el mago pecó al ofrecer dinero por el don de Dios. ¡Cuánto
más pecaminoso ha de ser traicionar nuestro ministerio a causa del dinero!
C.
Nuestra falta de generosidad y nuestra
falla en usar todo lo que tenemos para Cristo. Si los ministros fueran
menos egoístas, podrían hacer mucho más en la causa de Dios. Proveer para las
necesidades materiales de los pobres, es una manera eficaz para ganar la
confianza del pueblo y es una manera de hacerles más inclinados a escucharnos.
Si usted no es egoísta, la gente tendrá menos sospecha acerca de sus motivos, y
estará más inclinada a creer que usted realmente se preocupa por ellos. Sería
un error muy serio subestimar el bien que esto podría hacer.
Esta
es una de las mejores formas para vencer los prejuicios que impiden a las
personas a buscar a Cristo. Usted no puede dar lo que no tiene, pero todo lo
que tenemos debería ser dedicado a Cristo. El pretexto común es que debemos cuidar
a nuestras familias, pero a esto respondo:
1.
Que frecuentemente esto es un pretexto para la avaricia y los intereses
egoístas.
2.
Debemos hacer lo mejor que podamos para nuestros hijos, pero, no es necesario
dejarles una gran herencia. Debemos encontrar el equilibrio entre sostener a
nuestras familias y apoyar a la iglesia. Aquellos que están totalmente
comprometidos con Cristo y que tienen un espíritu amoroso de autonegación, son
los más calificados para saber cómo usar correctamente sus recursos.
3.
Muchos son fácilmente engañados pensando que los lujos y la comodidad son
“necesidades”. Aquí no estoy animando a nadie a tomar votos de pobreza, sino
simplemente señalo que nuestras naturalezas pecaminosas nos inclinan a ser muy
indulgentes con nosotros mismos y con nuestras familias. Si viviéramos una vida
más sencilla, podríamos dedicar más a la obra de Señor.
Hay
una gran abundancia de oportunidades para servir a Cristo en este mundo. No
podemos agradar a todos, pero deberíamos esforzarnos para mantener una
conciencia limpia delante de Dios y de los hombres. Entre más que ganemos, más
deberíamos apoyar la obra del Señor. Algunos ministros bien pagados con una
familia numerosa, piensan que todo lo que tienen que hacer es predicar. Si
ellos dieran una parte de su sueldo para sostener a un ayudante, entonces la
congregación recibiría mayor beneficio.
Los
hombres pueden considerarnos como predicadores excelentes, pero tengamos
cuidado de que Cristo no nos considere infieles. Muchos tienen una reputación
como muy espirituales y sin embargo, sus corazones están ocupados demasiado con
los afanes de este mundo.
4.
Somos culpables de menospreciar la paz y la unidad de la iglesia. Muchos
cristianos dicen comprender la necesidad de amor y armonía entre los creyentes,
pero hacen muy poco para promoverla. Muchos promueven su propio grupo o
denominación, como si solo éste importara. El término católico es mal usado por
la iglesia de Roma, pero esta no es razón para descuidar la gran verdad de la
unidad de todos los creyentes.
Algunos
grupos son demasiado corruptos y sería muy difícil tener un compañerismo
cercano con ellos. No obstante, es nuestro deber hacer todo lo que podamos para
ayudar y promover la unidad, cuando esto sea posible. (Nota del traductor: La
unidad falsa que es promovida por el movimiento ecuménico hoy en día, es una
unidad que no está basada en la verdad. No es posible tener unidad espiritual,
sin concordar en la verdad doctrinal y espiritual.
El
autor de este libro vivió en una época cuando la mayoría de grupos, independientes,
bautistas y presbiterianos, no estaban en desacuerdo en cuanto a las doctrinas
de la gracia y el camino de salvación. Sin embargo, algunos de ellos perseguían
a los otros por no estar de acuerdo en sus conceptos acerca de la naturaleza de
la iglesia. Para que el lector se dé una idea de la influencia de este desacuerdo,
hemos de decir que en la época puritana se escribieron más de 30,000 libros,
folletos y tratados acerca de la naturaleza de la iglesia, sus ordenanzas, su
relación con el Estado, etc..)
Muy
pocos toman a pecho los sufrimientos de los demás cristianos. Cuán raro es
encontrar a alguien que se preocupe realmente por las tristes divisiones entre
las iglesias. Algunos hasta parecen agradarse cuando ven que alguna iglesia
“rival” tiene problemas. Parece que ellos piensan que la prosperidad del
cristianismo depende exclusivamente de su grupo particular o secta. Parece que
pocos realmente entienden las diferencias doctrinales entre los cristianos. Y
aquellos que entienden, tratan de usar su conocimiento para justificar su
posición.
Si
alguien está ansioso por promover la verdadera unidad cristiana, es visto con
sospecha. Esto es debido a que muchos, quienes niegan las doctrinas esenciales
de la fe, siempre están tratando de promover la tolerancia y la libertad. (Nota
del traductor: Hoy en día los grupos arminianos, liberales y ecuménicos, acusan
a los que no piensan como ellos de ser intolerantes, cerrados, sectarios y
cismáticos.
Pero,
la verdad es que si no fuera por el sufrimiento de muchos de los que son
acusados en la actualidad por ellos, no existiría la libertad religiosa que
disfrutamos hoy en día. Nuestra libertad religiosa es debida en parte, a muchos
grupos que fueron perseguidos por el Estado y por las iglesias estatales en la
historia.)
Tenemos
tantas divisiones entre los creyentes en este país, mucho más de lo que
cualquier otro país haya tenido. La mayoría de estas diferencias no están
centradas en las grandes doctrinas básicas de la fe, sino más bien, en las
formas de gobierno de la iglesia. (Nota del traductor: El autor habla de la
situación que existía en el siglo XVII y los conflictos prevalecientes entre
los Puritanos y los Anglicanos acerca del sistema episcopal de gobierno y los
intentos de mantener una iglesia estatal.
Esta
situación ponía en peligro la libertad de todos, debido a los intentos por
parte de la monarquía y algunos obispos anglicanos corruptos, de tratar de
imponer nuevamente la religión católica en Inglaterra).
Si
Todos tuvieran más amor fraternal y se dieran cuenta de la urgente necesidad de
la unidad, nuestras diferencias podrían ser superadas. Quizás no podríamos
estar de acuerdo en todo, pero por lo menos podríamos tener una comunión
espiritual basada en las grandes doctrinas fundamentales del evangelio. Hablamos
y predicamos mucho acerca de la unidad, pero para nuestra vergüenza, hacemos
muy poco para promoverla.
Hay
algunos que critican los intentos de promover la unidad basada en el evangelio,
porque parecen pensar que la paz de la iglesia es una amenaza para preservar su
pureza. Sin embargo, la experiencia nos enseña que la unidad promueve la piedad
y la piedad promueve la unidad. Por otra parte, el error engendra los pleitos y
los pleitos engendran y aumentan el error. (Nota del traductor: El lector no debe
pasar desapercibida, la urgente necesidad que existía en aquel tiempo de presentar
un frente unido, ante todos los intentos de establecer nuevamente el
catolicismo en Gran Bretaña. Era evidente que la táctica del enemigo era la de
dividir a todos los grupos que sostenían los elementos básicos del evangelio,
para distraerlos, vencerlos y lograr su propósito de imponer nuevamente la
religión católica).
Es
trágico ver como aquellos que deberían ayudarse mutuamente en la causa de la
fe, son contenciosos y divisivos. El amor fraternal es una característica de la
fe verdadera. El amor que está limitado a nuestro propio grupo, no es el amor
cristiano. Los oponentes frecuentemente reciben más envidia y amargura que amor
fraternal. Los creyentes verdaderos no pueden ser dominados por esta actitud,
pero esto es tan común que nos hace cuestionar la sinceridad de algunos. Pueden
existir algunos alborotadores, pero su influencia contaminará a muchos, y esto
perjudicará las relaciones entre los creyentes.
También
esto resulta en que la verdadera religión sea descreditada ante los ojos de
muchos no creyentes y así ellos continúen en su superstición e incredulidad.
Algunos ministros contenciosos son hombres piadosos y dotados. Ellos no tienen
la intención de endurecer a los pecadores en su incredulidad, pero por ser
contenciosos, esto es lo que en realidad terminan haciendo. No es poco común
encontrar a las buenas intenciones acompañadas por malas acciones. No me gusta
decir estas cosas, preferiría no correr el riesgo de ofender a muchos a quienes
respeto en otros aspectos.
Pero
es a Cristo a quien debo agradar, y la amistad de los hombres no puede
compensar por la pérdida de las almas. Dios es mi Señor, su Palabra es mi
regla, su obra es mi llamamiento y la salvación de las almas es mi meta. Nunca
lograremos la unidad hasta que regresemos al amor y la fe de la iglesia primitiva.
Por lo tanto, ruego a mis hermanos a que estén unidos en base a las doctrinas
fundamentales de la Escritura, y que sean tolerantes los unos para con los
otros en los asuntos secundarios. Para este propósito recomiendo:
A. No
sobre-enfaticemos los asuntos secundarios, en los cuales hombres sabios y
piadosos no están de acuerdo.
B.
No sobre-enfatizar los asuntos controversiales que sean esencialmente
especulaciones.
C.
Evitar las controversias debidas al mal entendimiento del uso de las palabras.
D.
No sobre-enfatizar doctrinas obscuras que fueron desconocidas por las
generaciones pasadas de creyentes.
E.
Evitar adoptar creencias que no fueron sostenidas o que fueron opuestas por los
hombres piadosos, sabios y por las confesiones históricas de fe.
Estoy
consciente de que algunos que dicen creer las Escrituras promueven el
socinianismo y otras herejías.
Pero,
estas personas pueden tratar de pasar por alto cualquier otra prueba de fe u
ortodoxia que pudiéramos usar.
Aquellos
grupos que quieren proponer nuevos credos o nuevas doctrinas, solo terminarán
creando más divisiones, a menos que se apeguen fielmente a las Escrituras. Será
un día feliz cuando los líderes de las iglesias sean tan celosos para sanar las
divisiones como lo son para crearlas. Yo creo que la moderación que estoy
promoviendo será entonces apreciada por todos.
5. FINALMENTE, CREO QUE DESCUIDAMOS DEMASIADO LOS DEBERES ESENCIALES, ESPECIALMENTE
LA DISCIPLINA DE LA IGLESIA.
Cuando
los deberes exigen esfuerzo y autonegación somos muy aptos para anteponer
excusas. En muchas iglesias la disciplina es mínima. La disciplina de la
iglesia es muy discutida, pero poco practicada. Muchos ministros apenas conocen
a los miembros de su iglesia; nunca amonestan a los desobedientes y tampoco
expulsan a los obstinados.
Ellos
piensan que es suficiente excluirles de la cena del Señor. Ellos nunca llaman a
los rebeldes a arrepentirse y a confesar abiertamente sus pecados. Hermanos,
dejemos de anteponer pretextos. ¿Quiere que su pueblo se dé cuenta del valor y
el propósito de la disciplina eclesiástica? Entonces, demuéstrelo
practicándola. Si fallamos en la disciplina de los ofensores, entonces estamos
permitiendo que los impíos gobiernen a la iglesia. Esto nos conducirá a un
conflicto con Dios mismo. Muchas iglesias son tan desordenadas que no es
sorprendente que los miembros piadosos se cambien a una iglesia con disciplina.
Cada
creyente cree que el bautismo y la cena del Señor son esenciales, pero ¿Acaso
no lo es también la disciplina? ¿Acaso estaría satisfecha la iglesia, si usted
les dejara ver el pan y el vino, pero no les dejara participar de los símbolos
de su redención? ¿Acaso estarán satisfechos con escuchar acerca del gobierno de
la iglesia, pero nunca verlo en la práctica? La falta de práctica disminuirá la
credibilidad de su posición ante la iglesia.
Si
usted no practica la disciplina de la iglesia, es como si declarara que no cree
en ella. No quiero que se apresure imprudentemente con este deber, pero
simplemente le pregunto ¿Cuándo piensa comenzar? ¿Acaso esperará por una
oportunidad conveniente para comenzar a predicar o administrar la cena del
Señor? Yo sé que algunos enfrentan más dificultades que otros, pero que esto
nunca sea una excusa para descuidar nuestro deber. Considere seriamente lo
siguiente:
A.
Qué pobre ejemplo damos a nuestra iglesia si fallamos en cumplir con nuestro
deber.
B.
Demostramos nuestra flojera y quizás nuestra infidelidad, si descuidamos la
disciplina de la iglesia. Hablo por experiencia propia. Fue por ociosidad que
no abordé este asunto por largo tiempo. La disciplina es difícil, demandante y
enfurece a los impíos. Pero, ¿Acaso es más importante una vida tranquila y la
amistad de los inconversos, que la aprobación de Cristo?
C.
Si fallamos en amonestar a los impíos, ellos pensarán que estamos solapando su
pecado.
D.
Si fallamos en mantener la pureza y la separación de la iglesia, entonces la
gente pensará que no existe diferencia alguna entre la iglesia y el mundo.
E.
Si fallamos en practicar la disciplina, estaremos promoviendo las divisiones.
Si toleramos el pecado, los creyentes escrupulosos pensarán que es su deber
separarse de nosotros.
F.
Si fallamos en practicar la disciplina, volveremos a Dios en nuestra contra.
Cristo advirtió a la iglesia en Pérgamo, porque toleraban las herejías y la
inmoralidad.
Si
nosotros también toleramos el pecado, podemos esperar la misma advertencia. ¿Qué
es lo que nos impide ejercer la disciplina bíblica en la iglesia? ¿Es la
dificultad de la obra o la oposición a que pudiéramos enfrentarnos? ¿Tiene
usted miedo de que su obra sea debilitada y su posición se viera amenazada? ¿Piensa
usted que es imposible amonestar a cada uno de los ofensores? Yo respondo que:
1.
Estos argumentos pudieran ser levantados en contra de la práctica de cada deber
cristiano. Cristo nos advirtió que si éramos fieles a El, el mundo nos
aborrecería. Si usted no está preparado para sufrir por Cristo, entonces, ¿Porqué
se atrevió a entrar a su servicio desde el principio? Usted solamente puede
evitar la persecución siendo infiel a Cristo.
2.
Usted tendrá que enfrentar la hostilidad en donde quiera que usted se oponga al
pecado. Pero, usted siempre puede confiar en que Dios bendecirá los medios que
El ha diseñado para el bienestar de su iglesia. Si usted amonesta a los
pecadores y expulsa a los impenitentes, usted estará ayudando a otros a ser más
cuidadosos. Esto también puede ayudar a los impenitentes a volver en sí. Sobre
todo, Dios es honrado cuando su pueblo se distingue del mundo y cuando el
pecado no es tolerado entre ellos.
3.
Las dificultades son menos de lo que nos imaginamos y los beneficios son más
grandes que las dificultades. Creo que los ministros que descuidan la
disciplina deberían ser despedidos de sus iglesias.
Por
el momento, esto es todo lo que quiero decir acerca de estos pecados. Todo lo
que tenemos que hacer ahora, es confesar nuestra culpa y humillarnos ante el
Señor. ¿Podemos decir honestamente que hemos servido al Señor en la manera que
El lo espera de nosotros? ¿Acaso nos atreveremos a endurecer nuestros corazones
y a ocultar nuestras fallas? Todas las críticas dirigidas hacia nosotros
pudieran ser evidencias del enojo divino. Los juicios divinos contra nuestra
nación, pudieran ser en parte nuestra culpa. Si el juicio comienza por la casa
de Dios, entonces, seguramente que el arrepentimiento tiene que comenzar allí
también.
¿Acaso
podemos excusar nuestros pecados y al mismo tiempo llamar a otros a la
confesión y al arrepentimiento? ¿No es mejor glorificar a Dios humillándonos,
que tratar de ocultar nuestras culpas y proteger nuestra imagen?
¿No
incrementaría esto nuestra culpa trayendo más juicio sobre nosotros?
Seguramente es el pecado lo que es vergonzoso y no la confesión de el. La
confesión es la única forma para recuperarse. Estoy seguro de que cada verdadero
siervo de Cristo responderá ahora, admitiendo sus pecados ante su pueblo y
comprometiéndose a cambiar.